El pasado jueves 21 de abril, gestioné la visita a la Legislatura de un contingente de alumnos de 6º año de la Escuela Técnica Química Industrial y Minera N° 4-018 “Manuel Nicolás Savio” de Malargüe. Unos 40 chicos con su profesores le hicieron entrega al presidente de la Cámara de Diputados, Andrés Lombardi de un documento con dos peticiones: colaboración para “lanzar una campaña mediante la cual se informe a las personas de su comunidad de la importancia que tiene la minería bien ejecutada en el desarrollo de la sociedad” y el dictado de leyes que permitan el desarrollo de la actividad en su departamento.

Cuando estuvimos conversando con ellos y mientras escuchaba sus opiniones y comentarios, no podía dejar de pensar en el triste fenómeno que viene sucediendo en Argentina en los dos últimos años: la emigración de nuestros jóvenes. Una gran cantidad de chicas y chicos que en edad temprana, deciden irse porque no avisoran expectativa alguna, porque que no quieren toparse con las frustraciones que han vivido o visto en sus entornos familiares y sociales, porque no pueden proyectarse ni planificar su futuro.

Este es un tema que aparece en forma recurrente ante cada crisis. Y que genera preocupación. Argentina históricamente ha sido un país receptor de inmigración, principalmente europea. Entre 1860 y 1930 arribaron a nuestro país, unas seis millones de personas desde Europa y la mitad de ellos se establecieron de forma definitiva. De esos flujos llegaron al puerto de Buenos Aires, unos tres millones fueron italianos (entre 1870 y 1920) y unos 2 millones españoles (entre 1857 y 1955).

En la década del ’60 comenzó a aparecer una corriente emigratoria – allí se empezó a hablar de fuga de cerebros-, que en los ’80 tomó una mayor magnitud. Y que recrudece en momentos de caídas pronunciadas y prolongadas de la actividad económica. Hay estimaciones que en la crisis post-convertibilidad, entre 2000 y 2001, unos 160 argentinos emigraban por día. Mientras que entre septiembre de 2020 y junio de 2021, esa cifra ascendía a unos 200 emigrantes diarios. Los abuelos que arribaron a este país por barco, van a los aeropuertos para despedir a sus nietos, convertidos en exportación no tradicional.

A estos estudiantes de Malargüe les va a pasar lo mismo que ya les viene pasando a otros alumnos egresados de la Escuela Manuel Savio. Terminarán yéndose a trabajar a proyectos mineros en San Juan, La Rioja, Catamarca o Jujuy. O algún proyecto petrolero neuquino. Y quizás peor aún. Que ni siquiera puedan trabajar en otro lugar y tengan que dedicarse a otra actividad completamente distinta a la que estudiaron. Porque Malargüe no puede hacer minería. Porque el resto de Mendoza no se lo permite.

O estamos estafando a estos chicos, dándoles educación y formación para una actividad imposibilitada en Mendoza o estamos subsidiando el capital humano para dárselo otras provincias. ¿Qué tenemos que hacer?¿Cerrar la Escuela?¿Cambiarle su currícula y especialización de años, como no hay en otro lugar de la Argentina? Creo que queda absolutamente claro la irracionalidad de esta situación. Nosotros tenemos la responsabilidad de impedir que se nos vayan por no tener futuro laboral en su departamento. De evitar obligarlos a emigrar.

Al otro día de la visita, Gastón Guardia de FM VOS 94.5 de San Rafael, me hizo una entrevista, donde charlamos con más profundidad sobre este tema. Y sobre algo en lo que vengo insistiendo permanentemente: la posibilidad de que Malargüe pueda dedicarse a lo que sabe, a lo que puede y a lo que quiere hacer: MINERÍA.


Dividimos la charla en distintos tramos en esta serie de audios. Acá conversamos sobre el petitorio que entregaron los jóvenes y los motivos para hacerlo. Algo que se ve como un pedido de ayuda para evitar lo que irremediablemente les va a pasar: tener que emigrar, por que lo que ellos estudian no lo pueden desarrollar en Mendoza. Así como Argentina está exportando jóvenes que eligen otras geografías para poder desarrollarse, Mendoza hace lo mismo con sus estudiantes malargüinos. Estamos formando capital humano que regalamos a otras provincias y países.

Diferenciamos que una cosa son las opiniones y posiciones, otras son los hechos, cuando se habla de oposición a la minería. Y el hecho es que no han existido desastres ambientales a causa de la actividad minera. También conté sobre mi viaje a Jáchal y lo que vi y conversé con muchos jachalleros. Que hay que explicar y comunicar que la minería se desarrolla con altos estándares de seguridad y cuidado del ambiente. Que se debe comunicar para llevar tranquilidad y despejar los miedos. Y lograr que en las audiencias publicas, la opinión de los habitantes de la comunidad donde se desarrollan los proyectos, tenga más peso que de aquellos que no forman parte de ella y opinan desde afuera.

Acá conversamos sobre la necesidad de un nuevo marco legal que le permita a avanzar a Malargüe en su desarrollo minero. Y de la oportunidad que representa la transición energética por la demanda mundial de cobre, mineral que Mendoza tiene y en abundancia en su cordillera.

Y volvimos a hablar de los chicos que deben emigrar forzosamente por la situación económica y laboral, tanto de la provincia como del país. No es lo mismo el que lo hace voluntariamente de aquel que se ve obligado a hacerlo. Los jóvenes de hoy son globales y aquellos que eligen irse por estudios, experiencias o decisión de vida, vuelven. En cambio, los obligados por situación económica y falta de trabajo y de futuro, se afincan en otras latitudes para no volver. Por eso a los chicos de Malargüe debemos permitirles que puedan elegir, que tengan la posibilidad de construir su futuro en su tierra, en Mendoza.